lunes, 3 de agosto de 2015


Entre mis carpetas "olvidadas" (?) a veces uno se encuentra cosas como esta, que debió ser el eslabón perdido allá por el siglo pasado, entre mi poesía y mi prosa. Eso sí: se nota que la escribí en primavera.

Tu felicidad no es un bien de consumo:
si la sopesas, la envuelves, le pones precio,
verás qué rápida es y que poco doméstica;
qué pronto estás hablando de ella con tu analista,

buscándola en un libro,
en soliloquios.
Y tu amiga se habrá ido sin hacer las maletas
en las que quisiste que habitara.

E.M.M.

29/4/95


sábado, 18 de abril de 2015

Lo peor de los besos

Lo peor de los besos es que algunos reaparecen cuando los dabas por olvidados.

El otro día se presentó un beso en casa. Un beso del pasado. Ni siquiera sabía quién ni cuándo me lo dio. Pero al verlo plantado en la puerta, con una maleta y aire de reproche, de inmediato lo reconocí como mío en parte. 

Abrió al fin sus brazos, tolerante.

- Anda, pasa un rato -, le dije. 

Ahora lleva dos semanas instalado en mi sofá, bebiéndose mi whisky, leyendo mis novelas por encima con aire escéptico. 

Lo peor de los besos, los besos antiguos que ya debieran estar fuera de tu vida, es cuando te dan una palmadita en el hombro, como con pena, y te dicen:

- Anda, vámonos de marcha un rato, a ver si te despejas, que te has vuelto aburrido.

Y cuando salimos, encima liga más que yo. Y eso que no tiene forma humana: lo que tiene es mucho morro.


E.M.M.

viernes, 20 de febrero de 2015

Cuando una palabra pierde su significado de tanto sobarla...

Bueno, esto no va en serio. Burla, burlando, que diría Lope:

Estaba pensando y, por tanto, dudaba.

A veces me tienta, aunque no es mi género, volver a escribir algo corto. Esta vez, algo travestido de libro de autoayuda. Por tanto, en inglés; por tanto, de coña; por tánto... por tánto falso profeta del rollito New Age (cada día menos new) como he conocido en un par de años, con honrosas excepciones y horrorosas confirmaciones de que el spam trasciende fronteras.

Por suerte para todos, me he quedado en los títulos:

No more coaching, poleeeeeeze! (este me recuerda un tema de Phill Collins).

O ya, plagiando a Mr. Allen, Cómo acabar con el coaching en 10 (ó 12) lecciones. Este sería más bien un libro de autodefensa subtitulado: Olvida rápido la serie de obviedades que has leído para no tener que ponerte en serio a cambiar.


Ahora confieso que hará más de un año estuve pensando en serio en escribir algo que se titulaba La invasión de los ultracoaches, pero me limité a narrárselo a un ser querido. (¡Viva la literatura oral!)

Una joven pareja, con pocos meses de convivencia a sus espaldas y que atraviesa su primera crisis, recibe el asalto en su domicilio de un entrenador de perros que acaba intentando domesticarlos a ellos. Poco después la de un cocinero de diseño que les obliga a reformar el piso en aras de una cocina comme il faut. Y para rematar, reciben a una especialista en tirar cosas para rediseñar el espacio y que fluya la energía positiva.
Dejando a un lado las exhuberantes facturas, la historia, con una final casi feliz, terminaba cuando la suegra se plantaba en casa con el propósito de echar a escobazos a estos asaltantes profesionales del coaching. Si bien, doña suegra al parecer se engancha a las nuevas técnicas e intercambia información con estos pelmas: les enseña a echar las cartas o a hacer encaje de bolillos, no recuerdo. (Pero quedaba gracioso oír a la señora con cosas como:
- Hijos, no procrastinéis la limpieza del baño...
O:
- Hoy estoy focalizada en ir al supermercado.
O:
- Deberíais visualizaros haciéndome abuela y poneros una fecha límite para vuestros objetivos.

La joven pareja recuperará el romanticismo de la relación cuando, incapaces de pagar las facturas, escapen a vivir bajo un puente cercano a una gran superficie de muebles escandinavos para montar.


Para acabar: quizá sea mejor idea robarle el tiempo a alguien para escribir algo de coaching para vampiros.
¿Algún dibujante me ayudaría?

Besos, jobar, que siempre me pongo demasiado serio.