miércoles, 15 de febrero de 2017

Ambarino

                                
                                                     
 Se ha disgregado en incontables pedazos, en repercusiones y chasquidos superpuestos, al estrellarse alegremente contra la acera después de un vuelo hacia abajo, rectilíneo y severo, tras desprenderse - veintinueve pisos atrás - de su correcta alineación con las demás cosas.

 Algunos miran hacia arriba desde la calle, otros se alejan por si caen más, y alguien ha dicho “¡uh!” muy serio.

 Sólo queda un color sobre la acera; el resto se ha confundido ya con los demás objetos que no son nada, con los trozos de sobras que fueron algo y ahora yacen aburridos en el suelo esperando tan sólo la manguera, la escoba o un soplo de viento para ampliar sus horizontes. Antes de que eso ocurra, Alicia se ha acercado al color -parece que sabe algo o que ha escuchado el golpe - dejando que sus rodillas se muestren bajo la falda: los pies más cerca que nunca del cuerpo y una mano extendida en el aire guardando el equilibrio sin llegar a tocar el suelo.

 Alicia observa en cuclillas, escudriña o se recrea. Y como los viandantes ya han restablecido su tránsito, los nuevos en pasar acabarán pronto pensando que algo se le ha caído a Alicia. Creerán que era un frasco de perfume o dudarán otros si era una botella de cerveza, e incluso trazarán asociaciones y disonancias entre la dueña y el posible objeto sin apenas disminuir el paso mientras un galante caballero, que mira, se ahorra agacharse para ayudarla porque, salvo las huellas del estropicio, no queda nada concreto para recoger.

 Alicia se marcha meditando y al pisar sobre la mancha granulada se hace preguntas sobre la creación.

Piensa Alicia si no será inútil intentar averiguar lo que fuimos a través de nuestros fragmentos esparcidos.


             Emilio Martínez Morán                    1/XII/94