miércoles, 27 de julio de 2016

¿ Y si Marina no viene?



A veces me pregunto ¿y qué pasa si Marina no viene? Hoy, cansado de las tareas, del calor y también de holgazanear, es una de esas veces.

Marina es una mujer rubia cuyo rostro sería cuadrado, pero no demasiado anguloso. Tiene la cara suficientemente redondeada (a pesar de la firmeza en mandíbulas y mentón, realzadas por la frente recta) como para que no se le marquen esos encantadores hoyuelos al burlarse de mi con picardía. Pero su carácter afirma que, pese a que jamás se le hayan marcado tales hoyuelos inexistentes, es de las que los tienen… en el corazón. Aunque es más bella: de una femineidad a veces egregia, en especial de perfil, cuyas expresiones podrían confundirse con frialdad o altivez por ojos inexpertos de varones que no llevasen tanto tiempo enamorados de ella.

Marina a veces tiene un nombre distinto… No sé si Miriam, Bárbara o Mónica. Puede que más solemne.

Marina sabe montar a caballo y, lo que es más: sabe montar a caballo con música de Händel por el Paseo del Prado, perfectamente instalada a comienzos del siglo XXI. De hecho, su sombrero de tres picos le queda de maravilla: en especial en entretiempo, cuando luce su corta trenza rubia con chaleco verde claro, o mostaza a veces, sobre blusa blanca de manga larga, siempre al atardecer.

Cabalga siempre a mi izquierda (que es el lado del cual los caballeros diestros acompañan a la dama, dicen que por aquello de tener libre el brazo de la espada) y solemos ir desde Montalbán a las proximidades de Atocha. Aunque cuando la vi por vez primera ella cabalgaba entrando en mi campo visual desde mi derecha: me encontraba a pie y parecía invierno porque Marina lucía una guerrera roja y media melena lisa apenas ondeada por un suave viento que, de tarde en tarde, la hacía llevarse una mano enguantada en cuero al rostro para apartarse un mechón. 
 Creo que estaba en un desfile o comitiva. Su montura llevaba un trote corto que, con Händel o sin él, hubiera resultado mortífero en la estación anterior si solo vistiera blusa, desprovista de chaleco y guerrera. Pero tuve la fortuna de no quedar boquiabierto.
Me miró de soslayo solo un instante, casi con desdén al notar mi vista fija. Pero pronto volvió a posar los ojos en mi, justo antes de rebasarme, con media sonrisa antes sabia que coqueta. Aquello bastó.

Llevo casi dos semanas enamorado, semanas en las cuales han transcurrido meses y dentro de estos, cerca de un año. En consecuencia, ahora que todavía nos basta con las miradas y los breves pero frecuentes paseos a caballo por El Prado, voy poniendo cuidado cada noche y mañana en parecerme al hombre del cual Marina se enamoraría.

Pongo cuidado en ser mejor persona y más equilibrado, adulto con una mezcla de desenfado en las maneras y gran seriedad en la mirada. Pongo cuidado en hacerme con un capital. Pongo cuidado en lo que escribo. Incluso me exfolio, me hidrato y tal vez me tonifique un día. Pongo cuidado en no ser petulante ni un advenedizo. Ni un petimetre. En no resultar ridículo.

Sobre todo pongo cuidado en no parecerme a Barry Lyndon ni a Dick Turpin. Ni siquiera a Scaramouche (¡ya me gustaría! Pero a ella no). Porque Marina es de las que prefieren un admirador constante a un pícaro melodramático.

En definitiva: pongo muy buen cuidado en ofrecer esa versión de mi mismo, hoy tan lejana que parece inalcanzable.

Por eso hay momentos, como hoy, en los que resulta inevitable preguntarse ¿y si Marina no aparece? ¿Y si Mónica no sale con su amiga de un garito de Lavapiés justo cuando estoy a punto de entrar (lleva chaqueta corta de cuero marrón y suéter negro) justo a tiempo de clavarme una mirada de esas de “hoy estoy con mi amiga, pero la próxima vez que nos encontremos…?” ¿Y si Bárbara no frecuenta los mismos madriles que yo o desdeña los atardeceres incluso en Sabatini o es una turista más, de paso?

Y entonces, escribo escuchando el Romeo y Julieta de Prokofiev antes de irme a dormir. Y entonces me digo que si Marina no aparece al menos habré intentado ser digno de ella. 

Al menos me habré reconciliado con Händel (tan inglés y alemán, tan poco romántico él). 

Y conmigo. 

Incluso es posible que desempolve mis botas y vuelva a montar a caballo. O que aprenda a bailar Bossa-nova, porque nunca se sabe…
¡Hay tánto que hacer!

Por eso: no tengas prisa, Marina; todavía es verano, el tiempo que nos gusta no parece inminente y mientras haya horas en las que caben semanas y semanas que se dividen en meses, podré continuar ganando tiempo. Tiempo para mi.

Para que pueda llegar un tiempo de ambos. 

Un tempo di valse…para variar.