Como
en la realidad, corren los caballos estirando el cuello y agachando apenas la
cabeza a lo largo de un túnel que triplica el sonido del galope. Al fondo un
punto de luz, a los lados la seguridad rectilínea de tener espacio suficiente
entre las paredes.
Como en una pesadilla, una sola salida: hacia delante.
Hacia
el despertar corren los caballos. El otro jinete y yo galopamos, casi a ciegas,
invisibles nuestros rostros el uno para el otro, aun a sabiendas de que nuestra
loca carrera conduce al despertar, al fin del túnel, de los caballos y de una
cálida oscuridad.
O quizá precisamente
por eso.
E.M.M.